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OPINIÓN
Editorial
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u$s 1 = m$n 795.000.000.000.000

Esto es a lo que equivale, oficialmente un dólar hoy en la Republica Argentina. Sin considerar el Impuesto PAIS de 30% vigente desde diciembre del 2019 y también un nuevo recargo de 35% en concepto de Impuesto a las Ganancias.
El 5 de noviembre de 1881, durante la primera presidencia de Julio Argentino Roca, se sancionó la Ley 1130 de Unificación Monetaria Nacional.
Esta Ley determinó que la unidad monetaria de la Argentina fuese el Peso Moneda Nacional (m$n).
A partir de 1899 y hasta 1929, el peso moneda nacional se mantuvo en casi la misma relación con el dólar estadounidense ( $m/n 2,35 equivalían a 1 dólar estadounidense).
No es ficción.
Argentina a lo largo de su historia ha realizado modificaciones en su moneda de curso legal, llegándole a quitar trece (13) ceros a su valor.
Si, justo trece, el número rebelde por excelencia que enfrenta las injusticias divinas o que se opone a la propia autoridad de Dios.
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Que paradójico, Dios atiende en Buenos Aires, o podríamos decir, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pero parecería que las ganancias las tiene en otro lugar. Sin ánimo de ofender a nadie.
Otra vez nos sucede que el dólar se disparó, pero en sentido figurado, ya que está con más vida que nunca, por lo menos en Argentina.
¿Cuál es la causa esta vez? “Los analistas” apuntan primero a la pandemia de Covid-19 que afecta a la economía mundial, pero en el país no es necesario detallar una causa puntuál, ya que la volatilidad de la cotización de la moneda estadounidense, está atada a la preferencia de los argentinos.
Lo importante, que me interesa resaltar de esta cuestión, es el hecho de que: no aprendemos más. Pasa el tiempo, y seguimos viviendo cambios, turbulencias, caos, desorden, que aparentemente no obedecen a un patrón de conducta.
Pasan los gobiernos y nuestras desaventuras se repiten, una y otra vez. No es casualidad que llevemos un 795.000.000.000.000% de devaluación de nuestra moneda en 139 años.
Es necesario que recuperemos el sentido de la acción sostenida y coherente, con genuinos mecanismos participativos alentando el desempeño ético y que se eviten las transferencias indeseables de ingresos y riquezas que ahondan la brecha social.



Editorial: Eduardo David Araujo Duffy